sábado, 22 de diciembre de 2012

martes, 18 de diciembre de 2012

lunes, 17 de diciembre de 2012

La casa embrujada

Fue la sonrisa del inquilino lo que le llevó a pensar que estaba poseído, además, todo coincidía, desde su llegada los sucesos paranormales se habían incrementado en su hogar, al grado de haber estado llevando a un sacerdote cada tarde para ver si podía hacer algo por ella, por su familia y por la casa. 


         - Es él... él es el portador - dijo señalando al inquilino de lejos como si el mal fuera una especie de enfermedad contagiosa. 


El inquilino parecía sorprendido, incluso algo temeroso, y retrocedió mientras el padre se acercaba. 


         - ¿No siente una fuerza maligna en este cuarto? - preguntó Sara temiendo que la creyesen loca. 

         - See - respondió el anciano sacerdote - La verdad sí se siente algo - El inquilino solo los observaba desde otro cuarto, entre las sombras y luego sonrió antes de acercarse. 

         - Buenas tardes, padre, es un honor conocerlo finalmente - le dio la mano ante la mirada aterrorizada de Sara - ¿Qué? ¿Creías que por ser sacerdote no lo iba a poder saludar? 


         - Ha pasado desde hace mucho tiempo, pero se había detenido de pronto... - dijo Sara ignorando al inquilino y escudándose en el padre. 



Le contó de cómo solían despertarla por las noches, que los armarios parecían plagados de criaturas invisibles, que rasgaban la ropa cuando cerraba las puertas. Que solían quitarle las sábanas cuando dormía y que a veces se quedaban durante horas de pie a su lado sin que ella se pudiera mover. 



El sacerdote comenzó a bendecir la casa, y sin querer el agua bendita fue a parar a los pies del inquilino haciendo que retrocediera, esta vez presa del dolor. 



         - ¿Lo ve padre? Yo sabía que era él - dijo Sara casi orgullosa de confirmar sus sospechas.



Y cuando escuchó las palabras sagradas, el inquilino fue arrojado contra la pared una y otra vez mientras se transformaba en algo irreconocible.



         - ... Y el mal abandonará esta casa... - dijo el sacerdote. 



El inquilino terminó herido en el suelo. Sara tenía muchas preguntas, ¿habían ganado? ¿ese era el fin de los sucesos inexplicables de su hogar? ¿Qué pasaría con el inquilino ahora? Quería saber si el mal residía en la casa o si podía ir tras ellos cuando se marcharan. Algo, una fuerza invisible jaló uno de los pies del sacerdote y éste cayó golpeándose la cabeza con un librero. 



         - No era él... - dijo mientras un suave rocío ensuciaba sus gafas. 



Sara no lo escuchó, quería saber de dónde provenía la fuga, parecía salir de una orilla del librero casi vacío. 



         - Aquí había un Jesucristo, dime si lo puedes ver - dijo, y luego, de la nada, alguien repitió sus palabras en forma de canción, cada vez más rápido, cada vez más tétrico, y no sabía de dónde provenía la voz. 

         - No era él... - insistió el padre, y entonces Sara sí que prestó atención. 


         - ¿Qué?... 



El padre la observó sin saber cómo decirle que aquel inquilino demonio no era lo único que habitaba la casa. Y que de los males, aún quedaba el peor. 

lunes, 10 de diciembre de 2012